¡Sí...! ¡Un loco! ¡Cómo sobrecogía mi corazón
esa palabra hace años! ¡Cómo habría despertado el terror que solía sobrevenirme
a veces, enviando la sangre silbante y hormigueante por mis venas, hasta que el
rocío frío del miedo aparecía en gruesas gotas sobre mi piel y las rodillas se
entrechocaban por el espanto! Y, sin embargo, ahora me agrada. Es un hermoso
nombre. Mostradme al monarca cuyo ceño colérico haya sido temido alguna vez más
que el brillo de la mirada de un loco... cuyas cuerdas y hachas fueran la mitad
de seguras que el apretón de un loco. ¡Ja, ja! ¡Es algo grande estar loco! Ser
contemplado como un león salvaje a través de los barrotes de hierro... rechinar
los dientes y aullar, durante la noche larga y tranquila, con el sonido alegre
de una cadena, pesada... y rodar y retorcerse entre la paja extasiado por tan
valerosa música. ¡Un hurra por el manicomio! ¡Ay, es un lugar excelente!
-Charles Dickens: Historias de fantasmas-
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